Hacia un Levantamiento Mundial del Pueblo
Traducido por Alejandra Pinto
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Con frecuencia, la intuición popular anticipa alzamientos políticos venideros con mayor eficacia que la ciencia predictiva. Este podría ser el caso de dos recientes películas: V de Vendetta e Hijos de los Hombres. Aunque con tramas bastante diferentes, ambas películas terminan con sublevaciones populares en contra de los colosos imperiales monolíticos. En un proceso de destrucción de gran parte del lado noble de la humanidad a través de sistemas de control total, los gobiernos futuros prefigurados no dejan otra alternativa al pueblo que no sea el levantamiento y el derrocamiento de la totalidad del sistema opresor.
Hace bastante tiempo, los postmodernistas superaron la posibilidad de transformación del sistema (muchos incluso negaban reconocer la propia existencia del sistema). Hoy día, muchos radicales niegan la posibilidad de levantamientos en aquellos países que más lo necesitan, como Reino Unido y los Estados Unidos. Estas dos películas inyectan precisamente tales dosis de contingencia en las matrices del imaginario de los cinéfilos que ofrecen mucho más para pensar que los abultados tomos provenientes de la industria del movimiento social o incluso de muchos impresos de “izquierda”.
A pesar de los cotidianos mensajes televisivos con imágenes de acomodación pasiva, las luchas de dimensiones épicas animan, en el presente, millones de vidas. América Latina está envuelta en lo que fundadamente pueda ser la transformación más significativa de su panorama político y cultural desde Cristóbal Colón. Desde los Zapatistas a los comuneros de Arequipa (Perú) , en Bolivia de hoy y la Venezuela de Chavez, las vidas cotidianas de los pueblos presentan mejorías a través de votaciones, protestas y todas las formas del activismo político, incluidas las insurrecciones populares. Menos conocidas son una serie de alzamientos en Asia Oriental en las dos últimas décadas del siglo Veinte. Su legado abarca la posibilidad de una insurrección popular mundial en contra del sistema inhumano del neoliberalismo y regímenes de guerra que controlan hoy día la mayor parte de la riqueza acumulada de la humanidad.
El año 1980 da inicio el Levantamiento de Kwangju, una reacción en cadena de revueltas y levantamientos que recorrió toda Asia Oriental. La “comunidad hermosa” de Kwangju, la invención espontánea de su pueblo al crear un Ejercito Ciudadano y una Comuna autogobernada, continúan inspirando y enseñando. Aunque sobrepasado en 1980, el pueblo de Kwangju se negó a la sumisión, promovió el triunfante levantamiento de 1987 y ganó la democracia Surcoreana contemporánea. Las revoluciones Europeas de 1989 son bien conocidas, pero el eurocentrismo impide, con frecuencia, la comprensión de la contraparte Asiática: la oleada de profundos alzamientos en Asia Oriental desde Las Filipinas (1986), Birmania (1988), Tibet (1989), China (1989), Nepal (1990), Tailandia (1992) hasta Indonesia (1998), permiten hoy día entender mejor las formas de acción popular posibles en el siglo Veintiuno.
La Comuna Kwangju
El levantamiento del pueblo de Kwangju en 1980 permitió, por un lado, el destello de las sociedades libres del futuro y, por otro, un ejemplo realista para aquellos cuyos sueños de libertad permanecen insatisfechos tanto por la democracia parlamentaria como por la dominación dictatorial. Las dimensiones más importantes del levantamiento de Kwangju son su afirmación de la dignidad humana y el esbozo de lo que es una democracia sustantiva. El significado de Kwangju para la historia de Corea sólo puede ser comparado con el de la Comuna de París 1871 en la historia de Francia y la batalla de Potemkim en la historia Rusa en 195 y 1917. Del mismo modo que en la Comuna de París, el pueblo de Kwangju se sublevó espontáneamente y se dio un autogobierno hasta que fueron brutalmente suprimidos por fuerzas militares autóctonas arengadas por un poder externo. Y del mismo modo que en la batalla de Potemkim, el pueblo de Kwangju ha señalado repetidamente el advenimiento de la revolución en Corea, en tiempos recientes desde la rebelión de Tonghak en 1894 y la revuelta de estudiantes en 1929, hasta el levantamiento de 1980.
Forjado con el sacrificio de miles, el mítico poder del levantamiento popular de Kwangju se templó en los duros años posteriores a 1980, cuando la dictadura intentó ocultar su masacre de más de dos mil personas. Incluso antes de que la Comuna de Kwangju fuera despiadadamente destruida, las noticias del levantamiento fueron tan subversivas que los militares quemaron un impreciso número de cuerpos, enterraron otros en tumbas sin señales y destruyeron sus propios registros. Para impedir que se hablara públicamente del levantamiento, miles fueron arrestados y cientos torturados. En 1985, apareció el primer libro sobre el levantamiento de Kwangju. Potenciados por los mensajes contenidos en poemas, pinturas, relatos breves, xilografías, obras de teatro, novelas, canciones y otras formas de expresión artística, la verdad sobre la brutal matanza militar de cientos de sus propios ciudadanos, no pudo ser ocultada.
Tan inmensas como eran la valentía y la bravura del pueblo de Kwangju, su capacidad de autogobierno es el sello distintivo de su revuelta. Desde mi visión, es el factor individual más destacable del levantamiento. La capacidad de autogobierno que emergió espontáneamente, primero en el fragor de la batalla, luego en la administración de la ciudad y al final en la resistencia al contraataque militar, es rompedora de esquemas. En la última parte del siglo Veinte, altos índices de alfabetización, los medios de masas y la educación universal (que en Corea incluye el entrenamiento militar para todo hombre) forjaron, en millones de personas, una capacidad de gobernarse a sí mismas de modo mucho más inteligente que las escuetas elites asentadas en posiciones de poder. Tal cual lo señaló Choi Jungwoon:
“En esta comunidad, no había un propietario privado, la vida de los otros era tan importante como la propia, y el tiempo permaneció quieto. En esta comunidad, las discriminaciones desaparecieron, los individuos se fundieron en una unidad y la alegría y el gozo iban de la mano... La clave de toda esta comunidad era “el amor”, en otras palabras, una respuesta humana a seres nobles.... La lucha en ese momento era una autocreación excitante... la naturaleza intuitiva de la dignidad humana no reposaba en la acción y el resultado de perseguir intereses individuales y estatus social, sino que se encontraba en el acto de reconocer un valor mayor que la vida individual y en dedicarse uno mismo a obtenerlo”.
Después de que los militares fueron barridos de la ciudad el 21 de mayo, cientos de luchadores en el ejército de los ciudadanos patrullaban la ciudad. Todos compartían el júbilo y el alivio. La ciudad era libre. Los mercados y almacenes estaban abiertos y el alimento, el agua y la electricidad estaban disponibles como de costumbre. No se saquearon bancos y los “delitos normales” como el pillaje, la violación o el robo se dieron de forma muy escasa. Desde abajo, el pueblo creó fuerzas de choque móviles y consolidó el Ejército Ciudadano, una Comisión de Asentamiento y una Comisión de Lucha; se ocuparon de los cadáveres y de los acongojados familiares, curaron las heridas y limpiaron la ciudad liberada. En los bancos de sangre esta escaseaba, pero tan pronto como se tuvo noticia de este hecho, la gente acudió en masa a donar su sangre, incluidos las prostitutas, que insistieron públicamente en que se les permitiera donar. En muchas de las cruzadas, se donaron miles de dólares para las comisiones de asentamiento.
De modo espontáneo, emergió una nueva división del trabajo. Durante días, los ciudadanos sirvieron voluntariamente comida gratuita en el mercado y mantuvieron una guardia constante ante el esperado contraataque. Todos contribuían y encontraron su lugar en la Kwangju liberada. Las organizaciones preexistentes como la Escuela Nocturna Dulbul, la Tropa del Teatro de Payasos y la Biblioteca Nok Du ayudaron a organizar reuniones diarias de decenas de miles de personas donde la democracia directa ejercía el control. Las decisiones tomadas por estas asambleas generales fueron implementadas por grupos más pequeños (incluido el Ejercito de los Ciudadanos. Aún cuando las reuniones eran inmensas, convocaban a distintos grupos de personas: campesinos, obreros, amas de casa, estudiantes, curas, monjes, ancianos, limpiabotas y camareros. Ahí lograron expresar sus necesidades más entrañables.
Con el apoyo y el soporte de Estados Unidos, la nueva dictadura militar de Chun Doo Hwan, finalmente retomó el control de la ciudad la mañana del 27 de mayo de 1980 (coincidentemente con el día en que la Comuna de París fue derrocada en 1871). Aunque reprimido de forma brutal, el movimiento coreano nunca dejó de luchar para derrocar la dictadura. En el resto de Corea, Kwangju se convirtió en la consigna para recobrar la democracia. En la medida en que las protestas continuaron intensificándose, el glorioso triunfo del movimiento Minjung en 1987 se produjo gracias a la propagación de las protestas populares que comenzaron el 10 de junio de 1987. Durante diecinueve días consecutivos, cientos de miles de personas se reunieron ilegalmente en las calles y exigieron elecciones presidenciales directas. Cuando fue asesinado en una protesta de estudiantes cerca de la Universidad Yonsei, Lee Han-yol, más de un millón de personas se congregó solemnemente para su funeral. De igual modo que en las Filipinas el año anterior, la ocupación masiva del espacio público obligó a los militares a ceder, en este caso mediante el acuerdo de convocar a elecciones presidenciales directas. En julio y agosto, irrumpieron miles de huelgas con participación de millones de trabajadores lo que condujo a una década de dilatadas luchas que lograron sindicatos libres. En un sorpresivo vuelco de los acontecimientos, los antiguos presidentes Chun Doo-hwan y Roh Tae-woo fueron encarcelados en 1994 por su papel en la masacre de Kwangju.
Levantamientos Asiáticos por la Democracia
Los dictadores de Asia Oriental, muchos de ellos en el poder durante décadas, parecían inamovibles a comienzos de la década de los ochenta hasta que una oleada de revueltas y levantamientos transformaron la región. Tanto Kim Dae Jung como Benigno Aquino, líderes populares de un amplio segmento democrático, estuvieron en el exilio en Newton, Massachussets, EE.UU., a comienzos de los ochenta. Ahí se enriquecieron con el intercambio de perspectivas sobre cómo recuperar la democracia. Seis años después del levantamiento de Kwangju, en Filipinas derrocaron al dictador Marcos. Las experiencias del levantamiento de Kwangju ayudaron a inspirar la acción en Manila. En febrero de 1986 en las Islas Filipinas, la marcha de treinta operadores computacionales que contaban los votos en una elección, dio inicio a cuatro días de protestas masivas en un levantamiento conducido por la jerarquía Católica y elementos claves de los militares. En asunto de días, las tropas rebeldes, apoyadas por cientos de miles de personas que se negaban a dejar las calles, ganaron la confrontación. Por su parte, la revolución de poder-popular inspiró la reconstitución del movimiento en Corea del Sur.
En toda Asia aparecieron movimientos populares por la democracia y los derechos humanos: en 1987, en Taiwan, se logró poner término a treinta y ocho años de ley marcial, donde evidencias anecdóticas cuentan de personas cantando canciones del movimiento por la democracia coreano, en las calles. En Birmania estalló en marzo de 1988 un movimiento popular donde estudiantes y minorías étnicas se tomaron las calles de Rangoon (parecido a lo que había ocurrido en Kwangju). A pesar de la terrorífica represión, el movimiento obligó al presidente Ne Win a dejar el poder luego de 26 años de gobierno. En agosto, cinco días de protestas dirigidas por estudiantes forzaron su resignado reemplazo. Una comisión de huelga general que representaba a los trabajadores, escritores, monjes y estudiantes coordinó un movimiento, a lo largo de todo el país, para una democracia multipartidista. Pero los militares dispararon a miles de personas más, con una cifra de más de diez mil personas asesinadas ese año. Con arrestos de otros miles, incluidos más de cien parlamentarios recién electos, el gobierno militar de Birmania continuó utilizando una mano de hierro para permanecer en el poder.
El año siguiente, activistas estudiantiles en China impulsaron una amplia demanda pública por la democracia, sólo para terminar masacrados por docenas en la Plaza de Tiananmen y perseguidos por años de ahí en adelante. La revuelta en China fue desde fuera de las filas del Partido. Aunque incluso desde los partidarios del comunismo, en la medida en que continuó la reacción en cadena en contra de las dictaduras militares, un miembro del politburó de Vietnam, el general Tran Do, pidió públicamente una democracia multipartidista en Vietnam el año 1989, un acontecimiento sin precedentes. El siguiente fue el turno de Nepal. Siete semanas de protestas que comenzaron en abril de 1990 obligaron al rey a democratizar el gobierno. (En el año 2006, después de que la monarquía había recuperado su control del poder, otra oleada de levantamientos populares volvió a ganar la democracia). El siguiente país en sufrir una explosión fue Tailandia, cuando veinte días de huelga de hambre de un líder político de oposición llevó a la calle a cientos de miles de personas en mayo de 1992. Docenas fueron asesinados cuando los militares suprimieron las concentraciones callejeras y, debido a esta brutalidad, se logró la dimisión del General Suchinda Krapayoon. En el año 1998, en Indonesia, los estudiantes convocaron una “revolución de poder popular” y lograron derrocar a Suharto. Gracias a unas entrevistas de un periodista norteamericano en las universidades de Indonesia, se supo que la consigna de poder-popular se adoptó del movimiento filipino, así como lo fue también la innovación táctica de ocupación del espacio público.
El significado de los levantamientos en Asia Oriental
El levantamiento de Kwangju destella como un ejemplo brillante de la rápida propagación de las aspiraciones y acciones revolucionarias. La espontánea reacción en cadena de los levantamientos y la masiva ocupación del espacio público, implican la súbita entrada en la historia de millones de personas comunes que actúan de modo unificado debido a que creen intuitivamente que pueden cambiar la dirección de sus sociedades. En tales momentos, los intereses universales se generalizan al mismo tiempo que se niegan los valores dominantes de la sociedad (el patriotismo, la jerarquía, la dominación, el regionalismo, el lucro, etc.). Esto ha sido nombrado como la “comunidad absoluta” y la “solidaridad orgánica” de los participantes en la Comuna de Kwangju. Los humanos tenemos una necesidad instintiva de libertad, algo anhelado de modo intuitivo, y fue esta necesidad inconsciente la que fue sublimada en un fenómeno colectivo durante el levantamiento de Kwangju. La repentina irrupción de cientos de miles de personas que ocupaban el espacio público; la propagación de la revuelta de una ciudad a otra, a lo largo de todo el país; la identificación intuitiva de unos con otros y la creencia simultánea en el poder de sus acciones; la suspensión de los valores normales como las prácticas competitivas, el comportamiento delictual y la ambición desmedida, son dimensiones de lo que llamo “efecto eros”.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la repentina e inesperada competencia por el poder ha sido una de las tácticas en los pertrechos de los movimientos populares. Mientras la versión oficial de la historia que domina las divulgaciones periodísticas, enfatiza la conformidad social, entrelíneas el entendimiento del pueblo constituye una poderosa contracorriente. Nuestras acciones unificadas en las calles fueron catalogadas como “segundo superpoder” el 15 de febrero de 2003. Sin una organización central, treinta millones de personas se tomaron las calles para protestar la segunda guerra de Estados Unidos en contra de Irak, aun cuando esta no había empezado todavía.
¿Logrará el rumor de las revueltas en Asia Oriental después de Kwangju, junto a las nuevas insurgencias en Latinoamérica u otros lados, conducir a un levantamiento mundial sincronizado en contra del neoliberalismo y la guerra? Nunca visualizado antes de Kwangju, las posibilidades de una revuelta al estilo de Kwangju, a escala mundial demuestran ser el legado más duradero de los acontecimientos de mayo de 1980.